Satisfacción por panzada

Con un salto se pasa de la orilla de escribir a la orilla de escribir.

Entre los márgenes existe un río intermedio en el que no se escribe

porque es más entretenido pescar salmones suculentos con las zarpas.

Cuando espero para cazar salmones que remontan la corriente no escribo,

me concentro con el estómago, un frío fundamental limpia el centro de mi mente

no hay distancia entre lo que se piensa, lo que se sabe y lo que se hace

el corazón y las zarpadas son uno, no hay retraso entre el deseo y la acción.

Atrapado el primer salmón, veo todo lo que he logrado para llegar hasta aquí:

He conquistado la cima de las catorce más altas cumbres.

He hecho más de mil croquetas.

He medido los nueve vientos, elaborado un queso más azul que el queso azul.

He hablado seis mil horas por teléfono.

He estudiado medicina y me he especializado en el apéndice.

He probado el té de raicillas de la flor Edelweiss.

He regentado una cantina de marineros sicilianos.

He recorrido Canadá y he llegado a las fuentes del Skeena.

Y ahora estoy aquí, tirada panza arriba, después de darme un atracón de salmones.

Mi barriga no me deja ver los pies pero sí las estrellas.

En esas estrellas se ha escrito, trazando líneas entre puntos, el libro de tantas proezas.

Ha quedado registro de por qué hago lo que hago y no hago lo que no quiero hacer.

Derrotada y cansada del día, me he tumbado a leer ese libro.

En la última página del techo celeste pone, en letras grandes,

hoy he cazado veintidós salmones, y mañana, si no me equivoco

cazaré más salmones, y pasado mañana, casi con total seguridad,

cazaré más salmones, y el día que le sigue, es muy fácil suponer,

que cazaré más y más salmones porque nada más que el salmón

saltando vivo en la corriente

mueve ahora mi voluntad y me da satisfacción.

 

De Poemas para mi Hermano Álvaro, Ediciones El que No Duerme, 2018.

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