Entre página y página siempre existe una no-página.
Entre el todavía no y el ahora sí, falta una palabra que defina lo de en medio.
Entre la pregunta ¿de dónde vienes a estas horas? y el silencio por respuesta,
hay una mortandad aleatoria de células neuronales,
las que trabajan fabricando hipótesis y están que echan humo.
Entre significado y significante hay una brecha infinita
una distancia directamente proporcional a la dificultad
de encontrar la palabra exacta (que sabemos que existe,
dado que la palabra “exacta” es totalmente exacta).
Entre tren y tren, uno que va y uno que viene,
siempre miras por la ventana a ver si te encuentras
a ti misma en un rostro que va en el tren contrario.
-Tenemos un doble que viaja en la otra dirección, lo genera
el paralelo simétrico en movimiento pero no se puede
saltar el hueco entre raíles para intercambiar teléfonos-
Entre un latido y el siguiente, el corazón puede padecer
un diminuto microinfarto, pero rebota y vuelve a bombear.
– ¿Qué ocurre ahí, cielo santo? ¿Es la vida discontinua?
¿somos sólo un holograma descompuesto en siluetas? –
En un pastel milhojas, sin embargo,
el espacio entre las láminas de hojaldre
se rellena con crema pastelera.
Y es de agradecer, cuando das un mordisco, no toparte
con bordes, límites ni orillas que te abran la puerta
a ese universo mallado que crece en todos los sentidos.
Los pasteleros saben doblegar al infinito, o sea
los pasteleros dominan la galaxia. El todo y la nada pueden tragarse
de un lametazo, se salta del principio al fin por el estómago
y se acabó el cuento infinitesimal.
Al mundo sólo le faltan unas cuantas toneladas de huevo y azúcar
para soldar todos sus precipicios.
De «Poemas para mi Hermano Álvaro», 2018.
