¿Qué se me ofrece? ¿Qué hallo a través de las lágrimas, es el sol sobre un carro de rayos como pajas recién cortadas? ¿Qué ilumina aquel sendero entre matos de moras? ¿Qué perfume es ese? ¿Qué visión? ¿Quién viene, precedido su semblante del alzamiento repentino de la niebla? Me conmuevo. Hemos rapado a las ovejas, y luego hemos seguido conmigo, me he bañado, limpiado de maleza, raspado bajo la espuma. Como de hierba segada a guadaña emerge algo deslumbrante. Es el centro del corazón, que da brincos y salta de su propio halo
Es más aún que la esperanza es más aún que el anhelo. Más que la sensación, más que el presentimiento, más que la premonición. Es más material que la idea, más puro que la comprensión, más hábil que la percepción. Más penetrante que el rapto de conciencia, más agudo que la sospecha. Más intenso que la iluminación repentina, más tangible que la clarividencia, más real que la errada intuición, más penetrante que la visión, más seguro que la convicción, más riguroso que la evidencia. Más cierto que la exactitud, la incesante certeza de que los merecedores del amor están cerca de su merecido.
Hay flechas lanzadas dentro del bosque. Su silbido va por detrás de su estela. Lanzas diminutas con punta afilada y cola de pluma. Hay disparos en mitad de los robledales, apuntando a los lobos. Es preciso ser ágil, dar pasos certeros, correr hacia delante sintiendo cómo perturba el flujo del aire la espada que vuela. Es preciso hacer movimientos exactos, situarse entre los troncos, inclinarse hacia el lado contrario del viento que deja la punta rozando los oídos. Saltar haciendo cabriolas. Que no puedan apuntar el arco hacia tu coronilla. Es preciso cambiar de dirección bruscamente, esquivar la trayectoria, no mirar hacia atrás ir atravesando la cortina de flechas, sortear las dagas veloces.
Pero, ¿y si fuera mi corazón el que alcanzan, no vendrías corriendo a por él?
Existe el poema que encierra la fórmula que lleva a la acción.
Magnánimo es el destino de aquel que pueda destilarlo.
El poema elegido, el designado, el predilecto
que hace levitar a los objetos, caer las máscaras,
desentumecer los huesos y hablar solo verdades.
El poema que rebasa el volumen del alma y llega a la lágrima sagrada
el que puede doblegar la aguja imantada en los círculos polares.
Si se halla la única palabra en la que converge todo el sentido
si se afina el significado hasta que sea preciso y puro como un rayo
si se encuentra la fórmula exacta que enmudece toda voz ajena a él
si se escribe el poema mágico final de los tiempos
el advenimiento de los Siete Soles será inminente.
El ciruelo girará su última ciruela hacia el haz de luz.
La aguja reposará por siglos en interior de la almohada.
El tigre se arrepentirá de no haber preguntado el nombre al cervatillo.
El orangután penetrará con la visión todo conocimiento.
Saltará la trucha en el atardecer y traspasará la gota de agua.
La inteligencia volará a través de la comprensión.
La verdad revelada no deshará el dolor de la humanidad pero ayudará a portarlo.
Una ligera desolación pesará sobre los pies del mundo.
Dos lunas reflejadas en la pupila de dos gatos brillarán con idónea luminosidad.
La poesía se habrá encontrado a sí misma en el otro lado del espejo.
Mi cráneo es una copa sin esquirla rota por el borde.
Mi tronco una roca no cuarteada por el hielo.
Mi espalda una pátina sin mácula.
Mis piernas dos lanzas sin torcer.
No tengo cornada, grieta, cicatriz de machete.
No me han clavado la daga mortífera de Alejandro.
La espada de Damocles no me ha cercenado el cuello.
Ningún dardo me han asentado en la coronilla.
No he sido repasada con el filo de una gumía
marcada con una tea ardiente o rebanada por puñal.
No me han rapado la cabellera con cuchilla de barbero.
No está en mi brazo el tatuaje de Simbad, el punto de Buda,
el símbolo vikingo de la runa Inguz o del “Nuevo Comienzo”
ni me han tallado la estrella de David en el hueco poplíteo.
No llevo el pez de los cristianos en la frente,
ni la silueta que distingue al elegido, al esperado,
el hijo del hijo de la vaca primordial en el brazo.
Si han clavado alfileres en mi vudú, nada he notado.
Apenas cuento, en mi cartilla, con un esguince de tobillo
dos orificios en las orejas para colgar pendientes
y la marca de haber saltado una alambrada.
Gracias a la suerte,
a las Actas de Capitulación incondicional de Alemania
y a un ente en forma de viento fértil que estoy conforme en llamar Dios
estoy entera, de una pieza y en pie.
Imposible es la exactitud si el centro de la palabra se mueve.
Imposible es el pájaro si el huevo es todo de oro.
Imposible es llamarse del todo por el nombre
pero maravilloso es el resultado de tan pocos sonidos
que te hacen avanzar hacia quien sea que te llama.
¡Ojalá fuera así con todas las palabras, que al nombrarlas
me trajeran la cosa nombrada a mi presencia!
Me han liberado y doy fe que no parezco en nada campesina
por estar a salvo de la historia ya no abro surcos en el suelo,
abro diccionarios, maletas y largas fórmulas.
La patata engorda sin mí, lejos de mi vista.
Y la espiga ni me recuerda ni me interroga: ¿me comerás?
He huido de la costra de la tierra, he renacido y he llegado a la odisea
de esperar la partida de cartas de las cinco.
La partida de chinchón puede ser eterna
si te reenganchas no acaba hasta las siete.
Creo que antes escribía medio dormida,
conducía medio dormida,
me vestía medio dormida
vivía medio dormida.
¿Dónde estaba el otro medio?
El otro medio despertó en aquella clase de la facultad
en que guillotinamos a un sapo para observar su nervio caudal.
Tengo suerte de haber hecho cosas reales, aunque sean pocas.
No se me ocurriría jamás ordeñar a una vaca.
No se me ocurriría jamás limpiar el camino de ortigas.
No se me ocurría jamás quedarme sin los dientes.
Pero creo que está mal no tener un gallinero.
Si sigo así de enfadada con mi destino estudiantil,
verdaderamente estoy muy cerca de ser yo la imposible.
Entre página y página siempre existe una no-página.
Entre el todavía no y el ahora sí, falta una palabra que defina lo de en medio.
Entre la pregunta ¿de dónde vienes a estas horas? y el silencio por respuesta,
hay una mortandad aleatoria de células neuronales,
las que trabajan fabricando hipótesis y están que echan humo.
Entre significado y significante hay una brecha infinita
una distancia directamente proporcional a la dificultad
de encontrar la palabra exacta (que sabemos que existe,
dado que la palabra “exacta” es totalmente exacta).
Entre tren y tren, uno que va y uno que viene,
siempre miras por la ventana a ver si te encuentras
a ti misma en un rostro que va en el tren contrario.
-Tenemos un doble que viaja en la otra dirección, lo genera
el paralelo simétrico en movimiento pero no se puede
saltar el hueco entre raíles para intercambiar teléfonos-
Entre un latido y el siguiente, el corazón puede padecer
un diminuto microinfarto, pero rebota y vuelve a bombear.
– ¿Qué ocurre ahí, cielo santo? ¿Es la vida discontinua?
¿somos sólo un holograma descompuesto en siluetas? –
En un pastel milhojas, sin embargo,
el espacio entre las láminas de hojaldre
se rellena con crema pastelera.
Y es de agradecer, cuando das un mordisco, no toparte
con bordes, límites ni orillas que te abran la puerta
a ese universo mallado que crece en todos los sentidos.
Los pasteleros saben doblegar al infinito, o sea
los pasteleros dominan la galaxia. El todo y la nada pueden tragarse
de un lametazo, se salta del principio al fin por el estómago
y se acabó el cuento infinitesimal.
Al mundo sólo le faltan unas cuantas toneladas de huevo y azúcar
para soldar todos sus precipicios.
Soy la ostra, la hermética, la que no se sabe, la que puede que.
Soy la imposibilidad pero sucedo.
Estoy turbada en mí: para mis adentros he nacido y existo.
Sumida en un estado de perplejidad pasé siglos.
Yo vivía en mi destino de intrascendencia
me inundaba el amor a las otras ostras.
En la noche, el mar producía corrientes de fosforescencia chispeante
que encendían las estrellas, y luego las estrellas saltaban a las olas
y se rompían en átomos puros. Ése era el ciclo.
Pero el fatal destino me hizo atragantarme con un grano de arena
y salivé sin sentido sobre él: me transformé.
Creé una bola de nácar, pulida, sólida, en mis entrañas
que no me deja ni pensar, ni avanzar, ni comer.
No puedo soplar más mi columna de burbujas.
No puedo abrir la boca con entusiasmo,
no puedo mover mis cepillos
ni correr mi cremallera de dientes.
He pasado a un estado más allá de la tristeza,
un estado posterior a haberme alimentado de lágrimas.
No pensé que hubiera nada más en este mundo que las ostras.
No pensé que pudiera salir nada más de mí que no fuera espuma.
No pensé que el nácar pudiera crear este bolo en mi garganta.
El universo ha depositado en mí su gran secreto
y oprime mi cintura de ostra.
Siento una rabia y una desesperanza: soy tan sólo el cofre,
de esta esfera refulgente de trascendencia profunda.
Nada se salvará de mí salvo este fruto. Seré dos cáscaras.
Ese estupor de poner fin a la inocencia de modo súbito.
Avanzo con el cuerpo, llevo el cuerpo hacia delante
mientras mi espíritu sigue en la infancia. ¿Por qué he crecido?
Lo que hago ya no se corresponde con lo que soy.
Pero este es el momento de partida.
Debo estar en la tierra con sentido.
Decir la verdad es respirar.
Me abro:
tengo la perla.
Fragmento de «La perla de la poesía», Ediciones El que no duerme, 2017.
Soy el escarabajo pelotero. El novecientos onceavo después de las últimas lluvias, hembra.
Nací y crecí en este barro, y en este barro moriré.
Reflejo el sol en mis élitros brillantes, en mis alas metálicas chapadas.
No comprendo que todas las cosas no sean yo.
No comprendo que todas las cosas no tengan el mismo afán que el mío.
No comprendo que todas las cosas no sean escarabajos peloteros.
No comprendo que las otras cosas no hayan descubierto el transporte por rueda.
No comprendo y de ese no comprender sale mi alegría de empujar mi bola de estiércol caliente.
Algo chispea en mi corazón.
Es imposible, es increíble, es extraordinario que haya estiércol.
Calculo el radio y el peso, apelotono la montaña,
trabajo la plenitud concéntrica y en mí comienza la magia del rodamiento.
Existe mi casa y a ella vuelvo, con devoción y fe. Así están en paz las cosas.
Todas las flores saltan, todas las cosas van contando su verdad, todo se ordena.
Aproximándome a eso tan parecido a Dios que es la esfera.
Hace tiempo que toqué la médula del amor y ahora sólo quedan los caminos.
Mis huevos nacerán a la vez dormidos y despiertos en los dos mundos,
el mundo que rueda por sí solo y el que se deja rodar.
Nada le he hecho a la tierra, ningún dolor he causado jamás.
Nunca gané nada que no fuera mi pelota.
No conozco ni la palabra sorpresa ni la palabra banquete.
Me ahogaría en indiferencia ante el florecimiento de una rosa.
Veo cómo cambia de color, mi bola se tuesta con el sol, luce en ella una brizna de paja,
el horizonte es azul y su límite está envuelto en un halo con el mío.
Yo tengo que vivir haciendo esta cosa tan concreta: transportar la bola de espaldas.
El viento barre. Entretanto, avanzo, empujo mi pelota.
Me oriento por el sol y las estrellas.
Estoy como creando una fuerza de rodillo ultraterreno.
Se va formando un todo que se va engrandeciendo.
Porque igual viene de golpe
otra época de alegría, por eso me levanto,
empujo, invento la esperanza. Qué quiero decir.
Que hay una fuerza, que parece que ya
que hay símbolos, señales, que dicen que estoy a las puertas de mi casa.
¿Soltaré mi pelota caliente? ¿La haré rodar por la cuesta suave del umbral?
Al aumentar esta pelota parece que se genera futuro.
¿Qué es esto? Una bola diferente, con plumas, huesecillos, y una perla.
La suave pelusa de su esfera me hace dudar cuál empujar.
La boca de la ola se abre para engullirnos como si persiguiera una cuchara que le alejan de los labios.
De su garganta pende una campanilla con forma de gota de agua, la tocamos y bajamos por su tráquea para ver dónde están los pulmones del mar.
¿Qué puede haber mejor que esta sustancia mezclada y principal de sal y luces?
La punta de la ola va hacia delante y la base corre hacia atrás y así nos acercamos también a las personas que no hacen surf.
Ser atraídas y repulsadas es tensión agotadora porque queremos amar pero queremos huir.
El labio adelanta a la base de la ola y la cresta se suspende durante un instante sin columna de agua sobre la que sostenerse.
Así se abre un hueco cóncavo en todo el brazo, un tubo de agua que cae con el movimiento de un rizo.
Es la escritura del mar y podemos leer sus letras en nuestras mejillas encendidas.
Hacemos todo menos lo que se supone que debiéramos hacer y así vamos tejiendo una cadena de sucesos que no son ni los esperados ni sus contrarios ni sus complementarios sino lo que decide la purísima suerte.
Así vivimos en constante novedad y en constante estreno del mundo.
Hay un deseo inagotable de recambio y por ningún lugar nos aparece la culpa.